De Madrid al infierno (1918)
Género: Fantasía cómico-lírica en un acto, dividida en un prólogo y tres cuadros.
Texto: Carlos Rufart y Mario López Avilés
Música: Francisco Alonso.
Estreno: 11 de abril de 1918, en el Teatro Martín, de Madrid.
Intérpretes del estreno: Sr. Heredia (Ramiro), Sr. Viniegla (Satanás), Sr. Estellés (Portero), Sra. Colina (Escolástica), Victoria Argota (Rosa), Sra. Labrador (Blanca), Srta. Quirós (Pura), Srta. Girón (La flor de la pureza), Srta. Montero (La flor del pecado), Sr. Ibáñez (Papalina), Sra. Berri (Teresita), Sr. Estellés (Carlitos). Dirección de escena: Garcia Ibáñez. Escenografía: Tomás Gayo.
Sinopsis: Ramiro Isaac Pérez (R.I.P.) es el protagonista de nuestra obra, es un periodista que, como si de Fausto se tratara, ofrece su alma al diablo con tal de que le permita hacer varias entrevistas en el infierno. A partir de su llegada, y como si de una Divina Comedia a lo castizo se tratara, Ramiro va encontrándose con varios personajes de aquel lejano Madrid del año 18.
Primero se encuentra con un grupo de arpías lideradas por Escolástica que no son más que suegras amenazantes, y la líder es precisamente la del pobre Ramiro. Ellas viven en esta eternidad maldita esperando «tostar» a sus yernos por lo que, tras su intervención, seguirán intentando pillar al periodista.
El segundo número nos lleva a la situación de las «cocots», Rosa, Blanca y Pura, que no son más que las prostitutas elegantes de la época, que en el infierno, más que nunca, calientan al personal a ritmo de vals.
El tercero lo forman otros personajes típicos de Madrid, los llamados «primos», que no son otros que los que intentan vivir una vida decente y que, como ellos mismos dicen, nunca votaron a Romanones. Ramiro les informa entonces de por qué llevan un año en el infierno: por mentecatos y por pagar puntualmente a sus caseros.
Las protagonistas del cuarto son La flor de la pureza y La flor del pecado, acompañados de las ilusiones y los diablillos, es un bailable en el que, finalmente, la pureza cae desplomada ante el ánfora de la realidad, tras ello Satanás confirma: Este es el fin de todas las ilusiones, le triste realidad.
Ya en el segundo cuadro aparece el obrero Papalina, que se identifica como el pueblo de Madrid en el momento de la segunda guerra mundial, los alimentos escasean y el gobierno no hace nada por mejorar su situación. Aparecen entonces dos niños que en vida han hecho picardías en el cine y llaman a sus padres para que los saquen del infierno mientras cantan unos cuplés muy pícaros.
Tras ellos aparecen las clases medias, el carnicero, el panadero, el lechero, el carbonero y el tabernero, están en el infierno por borregos y por asustarse de las huelgas que propone la clase obrera.
En el número seis aparecen los siete pecados capitales: La soberbia, representada por Maura; La avaricia, por Valeriano Weyler, quien dejó morir de hambre a miles de cubanos; La lujuria, tiple cómica que se desnuda en escena; La ira, por Juan de la Cierva, ministro de la guerra en aquellos días; La gula, representada por un lego Franciscano exageradamente grueso; La envidia, por Melquíades Alvarez, que pasaba de un partido político a otro y que siempre que acciona lo hace con el dedo índice de la mano derecha; y finalmente La pereza, representado por un guardia de Orden público vestido como los Romanones.
El siguiente cuadro es un diálogo en rima de los dos amores de Madrid, la lotería y los toros, que hacen al pueblo ignorante y pobre. Satanás dice sobre el castigo que les ha impuesto: «Tan grande es el pecado de ella que aún no lo he encontrado, y él bastante tiene con estar viendo cuernos a cada momento». Acto seguido salen Sinforiano y Nicanora a bailarse un chotis muy castizo.
Otros condenados que se cruzan en su camino son El voto obligatorio y La rumba, que según Satanás es uno de los bailes que más le ha proporcionado una cosecha de condenados. Más allá encuentran a un don juan, a quien le tapa los ojos La mentira y a quien intenta salvar La verdad, para acabar con el encuentro con El pueblo español, que se canta una jota.
La crítica ensalzó la obra y se llegó a escribir: «La música merece un entusiasta aplauso. Su autor, el maestro Alonso, ha tenido el acierto de componer unos cuantos números originales inspirados, que suenan muy bien y están muy cuidados en cuanto a la instrumentación. Todos los números que constituyen la partitura fueron muy aplaudidos, mereciendo algunos el honor de la repetición, y sobresaliendo el coro de suegras, el terceto de las mercaderes del amor y el schotis, castizamente madrileño, que hubo que repetir dos veces. Se puede afirmar que la mayor parte del éxito corresponde a la música del maestro Alonso. Reciba mi enhorabuena, tanto más desinteresada cuanto que no tengo el gusto de conocerle». La obra fue un éxito, así que se repitió con veintidós funciones la siguiente temporada.